
Si algo he aprendido en los últimos 20 años
es que todo cambia y nada es para siempre…
que la mutación constante de todo
y cada una de sus partes es lo único constante.
Hace 20 años Chile era un país fracturado,
más que dividido…
y yo estaba en el lado de los que se oponían a la dictadura
venciendo el miedo a la represión con esperanzas
en un mañana mejor idealizado
pleno de todo lo que nos hacía falta:
libertad principalmente, probidad
y hasta derecho a la libre expresión,
porque ni eso teníamos y vivíamos con miedo.
En mi casa cuando hablaban de alguien
que había desaparecido y yo preguntaba,
me contestaban que se lo había tragado la tierra
y yo en mi infantil comprensión me imaginaba
que la persona en cuestión,
iba caminando y la tierra se abría ante ella
y caía a un hoyo profundo que se cerraba
y del cual nunca saldría,
porque arriba no quedaban huellas…
bueno aunque con la participación de algunos milicos,
algo así mas o menos sucedía.
Mientras el país pasaba de estado de sitio a estado de emergencia,
se mantenía el toque de queda
que nos prohibía salir de noche sin salvoconducto
y no contábamos con el derecho a reunirnos
porque se resultaba subversivo
y hacerlo se transformaba en algo épico,
pero que hacíamos igual.
Si bien hoy no participo de la política partidista,
no me arrepiento de haber militado
en la juventud socialista desde los 15 años,
haber tirado panfletos artesanales,
protestar y gritar “y va a caer”.
Me enorgullese que mis padres se la hallan jugado
prestando incluso su casa para esas reuniones clandestinas
y nos llevaran a mi y a mis hermanas a las peñas folcklóricas
donde al menos artísticamente se manifestaba
la cultura que estaba oprimida.
Para la gente derecha de aquel entonces
nosotros éramos los comunachos,
que era la forma despectiva de tratar a los comunistas
pero que englobaba a todos los que se opusieran a la dictadura,
o peor aún los “humanoides”
como nos bautizó el almirante Merino,
quien por aquel entonces oficiaba de poner legislativo
ya que el congreso había sido clausurado.
Pero así como ellos nos descalificaban,
nosotros también lo hacíamos con ellos
llamándoles “fachos” acompañado de cualquier
adjetivo no muy cariñoso.
Y nos sentíamos distintos…
sin posibilidad de dialogo…
de realidades ajenas…
No lo digo en términos metafóricos
sino reales…
para mi en esa época –mi primera adolescencia-
era imposible pensar que me podía gustar un facho
o pero aún, un milico…
igual de impensable que yo le gustara a ellos…
no nos reconocíamos como iguales.
Pero en 1988 algunos ven en el referéndum una salida,
en la que pocos confiaban pero que agarró vuelo
y bajo el eslogan de “Chile, la alegría ya viene”
sacó a la sociedad de la confrontación
y la llevó a un estado de esperanza integradora
que rompió ese abismo ideológico en que estábamos sumidos.
20 años después tengo amigos de derecha,
algo impensable en aquel entonces…
sigo siendo de izquierda y liberal
y puedo expresarlo libremente sin temores…
Mmmmm valoro esto, mucho, mucho!…
Se que da lata ver a quienes se mostraron antes progresistas
ser hoy tan conservadores…
que los temas sociales como la educación,
la salud y la vivienda sigan pendientes…
que los avances, como la reforma previsional,
sean tan pequeños y lejos de lo necesario…
Pero la alegría que prometía la campaña del No
si llegó y derribó los miedos de esa época,
pero como toda alegría, fue momentánea
y tras ella quedó esta realidad
que los éramos más jóvenes jamás imaginamos
donde la mayoría de los cambios soñados
siguen siendo una utopía…
Pero ganamos el derecho a reunirnos libremente
y por sobre todo,
la libertad de pensar sin miedo y expresarlo
de manera abierta…
… y cada vez que soy conciente de ello,
me embarga una especial alegría…
¿a ustedes no?